viernes, 30 de abril de 2010

Bendiciones de la justificación

Esta entrada es continuación de la entrada del lunes 26 de abril, en el que traté, en la medida de mis capacidades, hablar sobre la justificación que recibimos por fe. Ahora, me gustaría tratar sobre las bendiciones de la justificación, o para decirlo más claramente, las bendiciones que el ser justificados nos trae. Para ello usaremos el texto de Romanos 5.
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Tenemos paz para con Dios
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Podemos maravillarnos y gozarnos de la primera bendición que la justificación nos trae: "tenemos paz para con Dios" (v. 1). Es decir, hemos sido restaurados a una correcta relación con Dios. Dios ya no está airado con nosotros. ¿Puedes sentir el peso de estas palabras? Dios ya no está airado contigo, "tenemos paz para con Dios" y eso es una bendición presente.
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Antes, estábamos en guerra, pero ahora, ya no somos enemigos de Dios sino hemos sido "reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo" (v. 10). Estas palabras destacan la actitud del favor de Dios hacia nosotros. Hemos sido reconciliados, y en lugar de ira, tenemos Su gracia. En lugar de condenación, tenemos aceptación y adopción como hijos. En lugar de la maldición de la Ley, tenemos la bendición de un Padre. En lugar de ser aborrecedores de Dios, ahora amamos a Dios, porque Él nos amó primero.
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Tenemos esperanza
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Tenemos "esperanza de la gloria de Dios". Es decir, tenemos la esperanza de que algún día Cristo volverá en toda Su gloria y nos admitirá en Su reino, en la misma presencia de Dios donde contemplaremos Su gloria por toda la eternidad.
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Esta esperanza, esta seguridad del amor de Dios sobre nosotros, nos ayuda a ver nuestras tribulaciones de manera diferente. Ahora podemos entender que nuestros sufrimientos son una bendición y son para nuestro bien: "Y no solo esto, sino también nos gloriamos en las tribulaciones" (v. 3).
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Tenemos esperanza, porque sabemos que Dios está haciendo algo muy especial con nosotros: está formando en nosotros el carácter de la preciosa persona de nuestro Salvador Jesucristo (Romanos 8:28-30).
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En conclusión, sabemos que en nuestra vida habrán prolemas y tribulación, pero estas no son señales de que Dios no nos ama, sino de todo lo contrario. Somos más que vencedores.
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lunes, 26 de abril de 2010

¿Qué es la justificación?

En esta entrada, quisiera que nos preguntemos: ¿qué es la justificación? ¿Qué significa ser justificado por la fe? Hago esta pregunta porque entender lo que significa ser justificado nos permite entender las bendiciones que son el resultado de ser justificado. Así que vale la pena que veamos aunque sea de manera rápida la enseñanza del apóstol Pablo sobre la justificación por la fe.

En esencia, ser justificado significa: “ser declarado justo”. La idea que la Biblia presenta acerca de la justificación es de un veredicto emitido después de un juicio. Es decir, estamos delante del tribunal de Dios, nuestra persona está siendo evaluada y examinada por Dios, y entonces Él nos dice: “te declaro justo”. Y por “justo” debemos entender, según el lenguaje del apóstol Pablo, “cumplidor de la Ley”, “sin pecado” y por lo tanto “sin culpa”.

Ahora bien, que Dios nos declare justos nos debe resultar impresionante, debido a que, según la Escritura, ¡no somos justos! En realidad, ¡somos todo lo contrario! Somos injustos: es decir, no hemos cumplindo con la Ley de Dios, ni en su más mínimo detalle, por lo tanto hemos pecado y somos culpables delante del Dios justo y santo.

En la epístola a los Romanos, el apóstol usa cuatro palabras para describir nuestra situación delante de Dios antes de ser justificados: el texto de Romanos 5:1-11 nos dice que éramos “débiles”, “impíos”, “pecadores”, “enemigos”. Ustedes saben que estas no son bajo ninguna circunstancia palabras halagadoras. Son palabras que hablan de estar en un estado de desaprobación y condenación por parte de Dios.

Por ejemplo, ¿sabe que significa impío? Impío significa alguien que no tiene “reverencia hacia Dios”, alguien que actúa de manera consciente “en rebelión contra las demandas de Dios”. Y según la Biblia, antes de ser salvados por Dios, éramos rebeldes a Dios.

Por otro lado, también dice que éramos “pecadores”. La palabra “pecador” significa alguien “que erra al blanco”, en otras palabras, significa no cumplir la ley. Vamos al capítulo 1 de la epístola para ver cómo lo describe Pablo:

“La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” Romanos 1:18

Ser impío significa de manera consciente detener con injusticia la verdad. ¿Cuál verdad? La verdad de la gloria de Dios. Más adelante el apóstol afirma:

“Ya que, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias. Al contrario, se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido” Romanos 1:21.

La injusticia del hombre consiste en no darle ni querer darle la gloria a Dios. Al contrario, dice Pablo, de manera intencional pretende negar la presencia de Dios en su vida, y se hace de ídolos, es decir hace para sí dioses de otras cosas:

“Y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por imágenes de hombres corruptibles, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles” Romanos 1:23

La impiedad del hombre es rechazar a Dios y hacer del dinero su dios, o de la salud, o de las posesiones, o de su familia, o de la comodidad, o de cualquier otra cosa que está muy lejos de la verdadera gloria de Dios. ¿Y cuál es el resultado? Una vida en completa rebelión contra Dios:

“Están atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y perversidades. Son murmuradores, calumniadores, enemigos de Dios, injuriosos, soberbios, vanidosos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia. Esos, aunque conocen el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no solo las hacen, sino que también se complacen con lo que las practican” Romanos 1:29-32

Estas palabras nos deben cimbrar en lo más profundo, porque ¿sabe?, usted y yo estamos en esta lista. Todos hemos sido desobedientes a nuestros padres. Hemos sido soberbios y vanidosos. Hemos engañado, y en incontables ocasiones hemos murmurado y sentido envidia. Y si entendemos la Ley de Dios cómo el Señor Jesucristo nos la explica en el evangelio de Mateo, debemos reconocer que también somos homicidas al airarnos con nuestro prójimo y hemos fornicado en incontables ocasiones con nuestros malos pensamientos.

Tal vez la descripción más horrible de todas, es cuando el apóstol dice “enemigos de Dios”. Esa palabra que se traduce como “enemigos” en realidad significa aborrecedores. Somos por naturaleza aborrecedores de Dios. Odiamos a Dios, no lo deseamos, no lo apreciamos, no lo honramos, no le damos gloria.

Usted y yo estamos en esta lista. Y para que no nos quede ninguna duda, más adelante, el apóstol declara:

“Todos, tanto judíos como gentiles, están bajo el pecado. Como está escrito: No hay justo, ni aun uno” Romanos 3:10 y “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” Romanos 3:23

Cuando observamos esta clara y terrible descripción de la humanidad (incluyendo a nosotros), no podemos entender cómo Dios nos podría declarar justos, es decir, limpios de pecado y cumplidores de la Ley. Porque en realidad no merecíamos ser declarados justos, sino merecíamos ser condenados. Merecíamos la ira y la condenación de Dios. De hecho, si nos regresamos de nuevo al capítulo 1 leemos que precisamente “La ira de Dios se revela… contra” toda esta “impiedad e injusticia”.

También más adelante dice que toda persona que no se arrepiente y permanece con un corazón duro está atesorando “ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios” (Romanos 2:5).

Y luego dice que solo habrá: “Ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia. Tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, sobre el judío en primer lugar, y también sobre el griego.” Romanos 2:8

Estas palabras son una descripción de lo que nosotros merecíamos como paga por nuestros pecados: “Ira”, “enojo”, “tribulación”, “angustia”. Estas palabras apenas nos dan una idea de lo que sería el peso infinito y eterno de la ira de Dios descargada sobre nosotros y de lo que muchos sufrirán en el infierno por no haberse arrepentido y creído en el Salvador.

Para que podamos entender en verdad la magnitud de la gracia y del amor de Dios que hemos recibido en Cristo, es necesario que entendamos que Dios bien pudo haber condenado a cada hombre y mujer que ha estado y estará en esta tierra, y de todas formas Él hubiera continuado siendo justo, santo y bueno. Dios bien pudo enviar a cada uno de nosotros, a toda la humanidad de hecho, al infierno, y Dios no habría hecho nada injusto, pues solamente le hubiera pagado a cada quien según lo que sus obras merecen.

Es más, es precisamente porque Dios es justo, porque Dios es santo, que Él tiene que ejecutar su juicio, y condenar y castigar a los pecadores. El carácter perfecto y santo de Dios exige que el nos juzgue, condene y ejecute su juicio. La Biblia en todas partes dice que Dios “no hace acepción de personas” y que “de ninguna manera tendrá por inocente al malvado”.

Ante este panorama, nos preguntamos con desesperación: ¿Qué nos puede salvar? ¿Serán acaso las buenas obras? ¿O intentaremos cumplir la Ley de Dios? No, cumplir la Ley de Dios no nos puede salvar, y sabemos muy bien porqué ¡Porque no podemos cumplir la Ley de Dios a la perfección!

Eso es precisamente lo que significa cuando nuestro texto nos dice que éramos “débiles”. Débiles en realidad se traduce mejor, como en la NVI, como “incapaces”. ¿Incapaces de qué? De salvarnos por nosotros mismos.

“Por las obras de la Ley ningún ser humano será justificado delante de él, ya que por medio de la Ley es el conocimiento del pecado” Romanos 3:20

Oh, ¿siente usted la desesperación? ¿Siente usted su impiedad, su injusticia, su incapacidad de salvarse a usted mismo? Entonces, las siguientes palabras le han de sonar como las mejores palabras que alguna vez ha escuchado:

“Pero ahora, aparte de la Ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la Ley y por los Profetas: la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en Él, porque no hay diferencia” Romanos 3:21, 22

“Son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con miras a manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo y el que justifica al que es de la fe de Jesús” Romanos 3:26

¿Sabe usted que significa propiciación? Propiciación significa básicamente “apaciguar la ira”. Significa que toda esa ira, todo ese juicio, toda esa tribulación y angustia que nosotros merecíamos recibir, Dios la descargó en Cristo. Lo que nosotros merecíamos, Cristo lo recibió. Y Cristo fue exhibido derramando su sangre públicamente, para demostrar que la justicia de Dios está satisfecha. Si, nuestros pecados fueron pagados, recibieron el castigo que merecían. Pero no fue sobre nosotros, fue sobre Jesús. Y nosotros podemos recibir la justicia y la perfección de Jesucristo sobre nosotros gratuitamente, como dice el v. 25.

¡Gratuitamente! ¡No tenemos que hacer nada! ¡Sólo tenemos que creer! ¡Sólo tenemos que confiar! ¡Sólo tenemos que recibir el regalo! Nuestro pecado completamente pagado en la cruz por Jesucristo hace propiciación, es decir, satisface la justicia de Dios a nuestro favor. Dios en Su gran misericordia acepta a Cristo como nuestro sustituto, tratándolo como si Él hubiera vivido nuestras vidas y a nosotros como si hubiéramos vivido la suya al imputarnos su perfecta justicia en nosotros.



jueves, 22 de abril de 2010

¿Cómo se define el servicio cristiano?

¿Qué es el servicio cristiano? ¿Cómo se puede definir? El diccionario de la lengua española define la palabra servicio de la siguiente manera:
  
Acción y efecto de servir.

 Por otro lado, el escritor Oswald Chambers, en su libro titulado En Pos de lo Supremo, lo define así:

El servicio es el desbordamiento que brota de una vida llena de amor y devoción... El Hijo de Dios se revela en mí y el servicio se convierte en mi forma cotidiana de vida, por causa de mi devoción a Él.

Mientras que el diccionario simplemente proporciona el significado de la palabra, la definición de Oswald Chambers va dirigida a explicar la causa, la motivación o el afecto que impulsa al creyente a servir. Principalmente, me llama la atención que Chambers establece una relación directa entre el servir y nuestra devoción a Dios.

miércoles, 21 de abril de 2010

La riqueza de los himnos antiguos

Pudo bien el sol esconderse
y cerrar sus glorias
cuando Cristo, el poderoso Hacedor, murió
por el pecado del hombre.
Así también podría esconderse mi apenada cara
mientras su amada cruz aparece;
y disolver mi corazón en gratitud
y derretirse mis ojos en lágrimas.
Pero jamás las gotas del dolor podrán pagar
la deuda de amor que tengo.
Aquí, Señor, me entrego a Ti,
eso es todo cuanto puedo hacer.

Isaac Watts
¡Ay! Y mi Salvador su sangre derramó


Esta es una muestra de la incomparable riqueza que tienen los himnos antiguos respecto a la música de "adoración contemporánea". Aquellos hombres se preocuparon de componer más que una tonada pegajosa. Más bien parece que buscaban escribir un poema de profunda adoración, surgida de la contemplación de la gloria de Dios y de Su amor.

Para otros ejemplos de Isaac Watts y otros himnos, le recomiendo la página:

http://www.himnosevangelicos.com/showauthor.php?authorid=92


martes, 20 de abril de 2010

El remedio para los deseos de vengaza

Al ver los hermanos de José que su padre había muerto, dijeron: Quizá José guarde rencor contra nosotros, y de cierto nos devuelva todo el mal que le hicimos. Entonces enviaron un mensaje a José, diciendo: Tu padre mandó antes de morir, diciendo: "Así diréis a José: 'Te ruego que perdones la maldad de tus hermanos y su pecado, porque ellos te trataron mal.'" Y ahora, te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre. Y José lloró cuando le hablaron. Entonces sus hermanos vinieron también y se postraron delante de él, y dijeron: He aquí, somos tus siervos. Pero José les dijo: No temáis, ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo tornó en bien para que sucediera como vemos hoy, y se preservara la vida de mucha gente. Ahora pues, no temáis; yo proveeré por vosotros y por vuestros hijos. Y los consoló y les habló cariñosamente. Génesis 50:15-21 BLA (cursivas mías).

Este pasaje nos enseña que entender y confiar en la soberanía de Dios es el mejor remedio para los deseos de venganza. La historia de José nos muestra que, cuando reconocemos que Dios tiene el control de todo, y que al final, todo lo que nos acontece es producto de Su voluntad, entonces podemos soportar y perdonar todo el mal que alguien nos haga. José le dejó todo a Dios. ¿Lo harás tú? ¿Lo haré yo?

Señor, te ruego que mi corazón sea transformado por tu soberanía, siguiendo el ejemplo de José, un tipo de Jesucristo, para llegar a estar confiado y seguro en Tu soberanía. Amén.

lunes, 19 de abril de 2010

Soberanía, justicia y misericordia de Dios

Sucedió por aquel tiempo que Judá se separó de sus hermanos, y visitó a un adulamita llamado Hira. Y allí vio Judá a la hija de un cananeo llamado Súa; la tomó, y se llegó a ella. Ella concibió y dio a luz un hijo, y le puso por nombre Er. Concibió otra vez y dio a luz un hijo, y le puso por nombre Onán. Aún dio a luz a otro hijo, y le puso por nombre Sela; y fue en Quezib que lo dio a luz. Entonces Judá tomó mujer para Er su primogénito, la cual se llamaba Tamar. Pero Er, primogénito de Judá, era malvado ante los ojos del SEÑOR, y el SEÑOR le quitó la vida. Entonces Judá dijo a Onán: Llégate a la mujer de tu hermano, y cumple con ella tu deber como cuñado, y levanta descendencia a tu hermano. Y Onán sabía que la descendencia no sería suya; y acontecía que cuando se llegaba a la mujer de su hermano, derramaba su semen en tierra para no dar descendencia a su hermano. Pero lo que hacía era malo ante los ojos del SEÑOR; y también a él le quitó la vida.

Génesis 38:1-10 (BLA, énfasis míos).


Esta historia que se encuentra en el libro de Génesis resalta la infinita diferencia entre el ser humano caído y la persona y carácter de Dios. El pasaje revela al hombre como malvado y merecedor del juicio de Dios, mientras que muestra a Dios como Soberano, Justo y Misericordioso.

En nuestro texto, Dios se muestra como Soberano y Señor sobre la vida del hombre. Dos veces dice el texto claramente que Dios le quitó la vida a una persona (v. 7, 10). El texto no aclara los medios que usó Dios para ello. El autor no se molesta en explicarnos si las muertes fueron por enfermedad, por un accidente en el trabajo, si fue algo repentino (como un infarto) o si murieron después de agonizar mucho tiempo.

Cual haya sido el medio, resulta para nosotros intrascendente. Lo que el autor nos quiere enseñar es claro: el responsable último de dichas muertes fue Dios. Fue Su decisión. Fue Su voluntad.

En estos momentos, surge la pregunta: "¿Por qué?" Ponemos en tela de juicio el carácter de Dios. Pero la Escritura en este texto no enseña que Dios es justo. El pasaje dice también claramente que hay una razón por la cual Dios decidió quitarle la vida a estos dos hombres: eran malvados ante los ojos del Señor (v. 7, 10). Dios no hizo nada injusto al quitarles la vida a esos hombres. Dios actuó con justicia al darles a ellos la justa retribución por su pecado.

Llevemos esto al plano personal: Si nos preguntaran ¿cómo nos describiríamos delante de los ojos de Dios? ¿Dios nos ve como básicamente buenos, o como malvados? Si somos honestos ante la Escritura, el veredicto no es otro sino: culpables de maldad. ¿No en otro tiempo vivimos también vidas que eran del desagrado de Dios? ¿No le ofendíamos a cada instante? Aun ahora, que somos creyentes, ¿no tenemos momentos en los que hacemos, decimos, pensamos algo que es desagradable y malvado ante los ojos de Dios?

El punto al cual quiero llegar es éste: En lugar de estar preguntándonos si Dios fue justo o no, al quitarle la vida a un par de personas, debemos más bien preguntarnos: "¿Por qué Dios no me ha quitado la vida a mí, que tantas veces le he dado razón para ello? ¿Por qué he sido yo exento de ese trato justo?

Respuesta: por la misericordia de Dios. Aquí es donde el pasaje revela la misericordia de Dios. En incontables ocasiones hemos merecido la muerte, pero Dios no nos ha dado la retribución que nuestro actos merecen. La misericordia de Dios se revela en este pasaje al mostrarnos que Dios no actúa normalmente así, sino que es lento para la ira, amplio en misericordia y abundante en perdonar. Dios muestra su misericordia y paciencia todos los días a cada habitante de esta tierra, llamándolos al arrepentimiento (Romanos 2:4-6). En el caso de aquellos que por gracia son salvos, Dios tampoco es injusto de no darles muerte, ya que fue Su Hijo quien murió esa muerte que era merecida.

Finalmente, este pasaje nos muestra a Jesucristo, aquel por cuya muerte en la cruz Dios tiene paciencia para con nosotros, pasando por alto nuestras ofensas (Romanos 3:25).

miércoles, 14 de abril de 2010

Digno es el Cordero

Cuando tomó el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos. Y cantaban un cántico nuevo, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre compraste para Dios a gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación. Y los has hecho un reino y sacerdotes para nuestro Dios; y reinarán sobre la tierra. Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono y de los seres vivientes y de los ancianos; y el número de ellos era miríadas de miríadas, y millares de millares, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado digno es de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza. Apocalipsis 5:8-12

Creo que la palabra más importante en estos versículos, es la palabra "digno". Los cuatro seres vivientes, los veinticuatro ancianos, los millones de ángeles, todos se postran y adoran a Jesús, declarando que Él es digno. Jesús es digno. El diccionario ofrece al menos los dos siguientes significados de la palabra digno:

1. adj. Merecedor de algo.
2.
adj. Correspondiente, proporcionado al mérito y condición de alguien o algo.

Cuando los ángeles y los ancianos declaran que Jesús es digno, están declarando que Jesús es merecedor. ¿Merecedor de que? Merecedor de tomar el libro y merecedor de "recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza".

Cristo es merecedor de todo, por haber sido el Cordero que fue inmolado, dando su sangre para comprar "para Dios a gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación". Al menos en este pasaje, se declara la dignidad de Jesús, Su merecimiento de recibir nuestra alabanza, honra y gloria, es en virtud de haberse entregado para nuestra redención.

Ahora, yo reflexiono: si alguien es merecedor de toda la honra y la alabanza, entonces el no ofrecérsela, es un acto de ofensa a su dignidad. Considerando esto, ¿cómo podemos siquiera tener la osadía de no entregarle a Cristo todo nuestro corazón, mente, cuerpo y vida, a aquel que es digno? Si Él es digno, es decir, merecedor de toda nuestros afectos y pensamientos, cada vez que fallamos en hacerlo es una ofensa a Su dignidad, es un pecado.

¡Oh, Señor, ampárame en Tu gracia, por todo aquello en lo que he fallado, pues cuántos de mis pensamientos, emociones, actitudes y palabras, no han sido puestos a tus pies en forma de honra, gloria y alabanza! Purifica mi corazón, y hazlo todo tuyo, pues no mereces algo menos que todo mi ser. Amén.

martes, 13 de abril de 2010

Los peligros de la prosperidad

Les comparto la siguiente cita:

¡Cuántos han sido destruidos por la prosperidad!

Los humos de la popularidad han arruinado la inteligencia de muchos hombres . La adulación de las multitudes ha hecho caer a miles.

He conocido a muchos que en una casita parecían temer a Dios, pero en una mansión se han olvidado de Él. Cuando el pan diario era ganado con el sudor de su frente, era cuando servían al Señor, y subían a Su casa con alegría. Pero su 'religión aparente' desapareció cuando sus rebaños y manadas aumentaron, y su oro y plata fue multiplicado.

No es cosa fácil resistir la prueba de la prosperidad.

Cuando los vientos de la aflicción soplan sobre la cabeza de un cristiano, él se cubre con el manto del consuelo celestial, y ciñe su religión sobre él aun más ajustada debido a la furia de la tormenta. Pero cuando el sol de la prosperidad brilla sobre él, el viajero se calienta, y lleno de deleite y placer, se despoja de su manto, y lo pone a un lado; de manera que lo que las tormentas de aflicción nunca pudieron lograr, la suave mano y el embrujo de la prosperidad fueron capaces de hacer.

La prosperidad ha sido la Dalila que ha trasquilado y quitado la fuerza de muchos Sansones. Esta roca ha sido testigo de los naufragios más fatales.

C. H. Spurgeon

Palabras sobrias del príncipe de los predicadores, tan contrarias al mensaje de muchas personas en la actualidad. Sin duda, una meditación seria de estas palabras transformará el contenido de nuestras oraciones. Dejaremos de pedir tantas cosas, para rogar solamente:

Vanidad y palabra mentirosa aparta de mí; no me des pobreza ni riquezas; manténme del pan necesario; no sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, y blasfeme el nombre de mi Dios. Proverbios 30:8-9

lunes, 12 de abril de 2010

La gracia más alta del carácter cristiano

La humildad es la gracia más alta que puede llegar a adornar el carácter cristiano. Es un dicho verdadero el que dice que "un hombre tiene tanto de Cristianismo como tiene de humildad".

De entre todas, la humildad es la gracia más adecuada a la naturaleza humana.

Pero sobre todas las cosas, la humildad es la gracia que está al alcance de cada persona convertida.

No todos son ricos. No todos tienen una educación. No todos han sido altamente dotados. No todos son predicadores.

Pero todos los hijos de Dios pueden estar vestidos de humildad.


J. C. Ryle. Tomado del sitio Grace Gems.

jueves, 8 de abril de 2010

Buscad las cosas de arriba.

Si habéis, pues, resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Colosenses 3:1-2.

Todos sabemos que alrededor de estas fechas, por todas partes encontramos muestras de fervor religioso: la televisión transmite películas de contenido religioso, en numerosos pueblos se hacen peregrinaciones y representaciones de la muerte de Jesús, y las iglesias están saturadas de personas. En estos días parece que todo el mundo tiene puesta su mirada en el Cristo resucitado.

La triste verdad es que para la mayoría de las personas, este interés o fervor no es otra cosa más que parte de una religión muerta. La mayoría de la gente que en estas fechas dice recordar la muerte y resurrección de Jesús, a los pocos días vuelve a su vida cotidiana, en donde no hay la menor evidencia de creer que Cristo está vivo. Las televisoras regresan a su programación habitual, llena de violencia, ocultismo e inmoralidad sexual. En las calles ya no se habla de Jesús, ni se le rinde adoración. Las iglesias vuelven a su ocupación normal, algunas de ellas quedando de nuevo completamente vacías.

En cambio, para el creyente, la resurrección de Jesús es parte de una fe viva. El creyente, continuamente está poniendo su mirada en el Cristo resucitado y exaltado. El creyente en Cristo no celebra y recuerda la resurrección de su Señor sólo una vez al año, sino que constantemente está meditando en ella, y procura entrar en su compañía en la vida de resurrección.

El llamado de la Palabra a nosotros en este día, es a que recordemos, meditemos y vivamos la resurrección, no sólo un día al año. Sino cada semana, cada día, en nuestras relaciones, en nuestras actividades, en nuestros pensamientos, porque “hemos resucitado con Cristo”.


domingo, 4 de abril de 2010

La resurrección, un hecho histórico

En una ocasión, el predicador Carlos Spurgeon dijo: "La resurrección de nuestro divino Señor es la piedra angular de la doctrina cristiana". Luego agregó: "si este hecho se pudiera desmentir, toda la estructura del Evangelio se vendría abajo".

Cuando vamos a la Escritura, vemos que ésta nos enseña que si Jesucristo no se hubiera levantado de entre los muertos, el cristianismo no tendría sentido ni razón de ser. El apóstol Pablo dice en 1 Corintios 15:14 de la manera más enfática: "si Cristo no ha resucitado, vana es entonces nuestra predicación, y vana también es nuestra fe". Si Cristo no resucitó, nuestra fe sería producto del engaño más grande de la historia, con el cual millones de personas en el mundo estarían siendo defraudadas, depositando su confianza en una esperanza falsa.

Pero damos gracias a Dios, porque sabemos que la resurrección de Jesucristo es, me arriesgaría a decir, el hecho más verídico de toda la historia registrada de la humanidad. Respecto a esto, Spurgeon comenta: "No es posible que un hecho histórico pueda ser colocado en una base de credibilidad superior a la resurrección de Jesús de los muertos". Los argumentos históricos a favor de la resurrección de Cristo son sustanciales, contundentes e innegables.

Pero sobre todo ello, tenemos el testimonio de la Palabra de Dios, que es todavía más importante que los argumentos históricos. Todo el Nuevo Testamento da testimonio de la realidad de la resurrección de Cristo, y que Él se apareció vivo a muchísimas personas después de haber resucitado.

Sin importar lo que cualquier escéptico pudiera decir, todos sabemos que es imposible que 500 personas se pudieran poner de acuerdo para contar una mentira, de la cual no obtendrían ningún beneficio o ganancia. Es imposible que una persona, mucho menos cientos, estuvieran dispuestas a perderlo todo: familia, hogar, posesiones, y la vida misma, por testificar algo que sabían que no era verdad, es decir, por testificar que ellos habían visto a Jesús vivo de entre los muertos, y que sólo en Él hay salvación.

No hay mayor testimonio que la multitud de vidas cambiadas por una sola verdad: Cristo ha resucitado.

La resurrección de Jesús es entonces un hecho real, fundamental en nuestra fe, que nosotros, como pueblo de Dios, celebramos y recordamos continuamente.
Porque la tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es labrada, recibe bendición de Dios. Hebreos 6:7