lunes, 30 de agosto de 2010

El peligro de menospreciar el Evangelio

Hebreos 2:1-4

1 Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. 2 Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, 3 ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, 4 testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad.

En esta sección de la carta, el autor hace una aplicación de la doctrina expuesta en el capítulo anterior, concerniente a la excelencia de la persona de Cristo. Esto es evidente por el uso de las palabras “Por tanto”, lo que muestra la conexión de lo que ahora va a decir con lo primero, donde probó que Cristo es superior a los profetas y a los ángeles.

La aplicación que el escritor nos proporciona consiste en una seria advertencia y exhortación. La epístola a los Hebreos contiene en total cinco mensajes de advertencia y exhortación, colocados estratégicamente a lo largo de ella. Estas advertencias son extraídas como una conclusión de la doctrina que ya ha sido expuesta. Todas las advertencias de la epístola están escritas para que comprendamos el peligro de apartarse de Jesucristo y de las verdades del evangelio.

Primero observamos la exhortación: “es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído” (v. 1). Atender con diligencia implica darle un alto valor a las verdades del Evangelio, tenerlas como asuntos de gran importancia, inclinarnos a ellas diligentemente en cada oportunidad, leerlas frecuentemente, meditarlas constantemente y poner nuestra fe en ellas.

“Debemos abrazarlas [las verdades del evangelio] en nuestro corazones y afectos, retenerlas en nuestras memorias, y finalmente regular nuestras palabras y acciones de acuerdo a ellas” Matthew Henry.

En esto consiste la exhortación. Las razones para vivir de esta manera, constituyen una seria advertencia. El autor proporciona entonce tres razones, las cuales son:

I. El proceso de apartarse del evangelio, aunque imperceptible, es real (v. 1).

Como argumento, añade grandes motivos para dar fuerza a su exhortación: la enorme pérdida que tendríamos si no atendemos con diligencia las cosas que hemos escuchado.

El autor nos dice que es necesario entonces que pongamos atención, “no sea que nos deslicemos”. La palabra traducida como “deslicemos”, en el idioma original proporciona la idea de “ir a la deriva”. La palabra, en el argot marino de la época, era utilizada para describir al barco que, al habérsele roto el ancla, se va alejando del puerto de manera gradual y casi imperceptible.

“Esto procede de la corrupción de nuestras naturalezas, la enemistad y engaño de Satanás (roba la palabra), de las incitaciones y trampas del mundo, la maleza que ahoga la buena semilla… Esta consideración debería ser un fuerte motivo tanto para nuestra atención hacia el evangelio como para nuestra retención de el, y en verdad, si no atendemos bien, no retendremos por mucho la palabra de Dios, los oyentes distraídos pronto serán oyentes olvidadizos”. Matthew Henry.

El autor nos insta a no soltar a Cristo, quien es nuestra ancla segura, ni siquiera ligeramente. ¿Cómo podemos saber si este lento “deslizar” me está sucediendo? He aquí unos indicios:

- Cuando hablar con Jesucristo ha dejado de ser parte vital en mi vida.
- Cuando el deseo de ser como Él es ya no domina mi pensamiento.
- Cuando no me deleito en adorarle en el contexto y junto con la iglesia.
- Cuando nos importa más lo material, la diversión antes que mi comunión con Él.

II. Las consecuencias de ignorar el evangelio son severas (v. 2).

El autor toma otro argumento del temible castigo en que incurriremos si no cumplimos este deber, un castigo mucho más temible que aquel en que cayeron aquellos que menospreciaron y desobedecieron la ley.

En estos versículos se utiliza un lenguaje legal. El autor está refiriéndose a la Ley de Dios. Notemos que la ley es descrita como “firme”, es decir, permanece y tiene fuerza, ya sea que los hombres la obedezcan o no. La palabra “transgresión” se refiere a un acto voluntario, desafiante, a rehusarse a obedecer.

“El castigo más severo que Dios alguna vez haya inflingido sobre los pecadores no es mayor a lo que el pecado merece: es una justa retribución, los castigos son tan justos, y tan adecuados al pecado como las recompensas lo son a la obediencia”. Matthew Henry.

La palabra “descuidamos” se refiere a un menosprecio o desdén puesto sobre la gracia salvadora de Dios, tomándola ligeramente, sin tomar cuidado de ella, no pensar que vale la pena estar familiarizados con ella, es no considerar la valía del evangelio de gracia o de nuestra necesidad de el y de nuestro pobre estado sin ella. En estas cosas se descubre un claro descuido de esta grande salvación.

Si las consecuencias de ignorar la ley son tan severas, ¿qué podemos pensar de lo que nos espera si descuidamos la palabra traída a nosotros por el mismo Hijo de Dios? Si menospreciamos el Evangelio, ¿qué nos podrá salvar?

III. Las consecuencias de ignorar el evangelio son seguras (v.3).

Notemos cómo se describe la miseria que recibirán aquellos: es declarada inevitable. “¿Cómo escaparemos?” Es la pregunta. La respuesta: No hay escape.

“Nos hace ver que los que descuidan esta gran salvación, serán dejados… sin excusa, en el día del juicio… quedarán sin habla y condenados por sus propias consciencias, incluso a un mayo grado de miseria que aquellos que menospreciaron la autoridad de la ley, o que hayan pecado sin la ley.” Matthew Henry.

Otro argumento para reforzar la exhortación es tomado de la dignidad y excelencia de la persona por medio de la cual el Evangelio fue inicialmente anunciado. La salvación fue “anunciada primeramente por el Señor”. Es decir, por Jesucristo, el Señor de todo, poseedor de una veracidad y fidelidad incuestionable e inmutable, soberanía absoluta y autoridad.

“Seguramente puede esperarse que todos reverenciarán este Señor, y prestarán atención al Evangelio que empezó a ser anunciado por uno que habló como “ningún otro hombre había hablado””. Matthew Henry.

Otro argumento es tomado del carácter de aquellos que fueron testigos de Cristo y del Evangelio: “nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos”.

El anuncio del Evangelio fue confirmado por aquellos “que oyeron”, por los apóstoles, que fueron testigos presenciales de lo que Jesucristo hizo y enseñó. Además Dios testificó “juntamente con ellos”. Dios confirmó que ellos estaban autorizados y enviados por Él para predicar a Cristo y la salvación en Él. ¿Cómo testificó Dios junto a ellos? Lo hizo “con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo”.

Señales y prodigios más allá del poder de la naturaleza y fuera del curso de ella, llenando a los espectadores con maravilla y admiración, conmoviéndolos para atender la doctrina predicada. Por medio de dones del Espíritu Santo, calificándolos, capacitándolos y animándolos a hacer la obra a la que habían sido llamados.

Dios testificó la autoridad y excelencia del Evangelio.


miércoles, 25 de agosto de 2010

Jesucristo es mejor

Hebreos 1:4-14

4 hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos. 5 Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, Yo te he engendrado hoy, y otra vez: Yo seré a él Padre, Y él me será a mí hijo? 6 Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los ángeles de Dios. 7 Ciertamente de los ángeles dice: El que hace a sus ángeles espíritus, Y a sus ministros llama de fuego. 8 Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; Cetro de equidad es el cetro de tu reino. 9 Has amado la justicia, y aborrecido la maldad, Por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, Con óleo de alegría más que a tus compañeros. 10 Y: Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, Y los cielos son obra de tus manos. 11 Ellos perecerán, mas tú permaneces; Y todos ellos se envejecerán como una vestidura, 12 Y como un vestido los envolverás, y serán mudados; Pero tú eres el mismo, Y tus años no acabarán. 13 Pues, ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Siéntate a mi diestra, Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? 14 ¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?

El autor de Hebreos ha probado la preeminencia del evangelio por sobre la ley, al demostrar la preeminencia del Señor Jesucristo por encima de los profetas. Ahora procede a demostrar que Jesús es muy superior no solamente a los profetas, sino también a los mismos ángeles.

Los ángeles ocupaban un lugar especial en la enseñanza judía: La ley no fue solamente entregada por medio de hombres, sino que había sido entregada y ordenada por medio de ángeles (Gálatas 3:19). Los ángeles estuvieron presentes en la entrega de la ley. Los ángeles también fueron usados para llevar la revelación de Dios a los profetas.

Para los judíos, los ángeles eran seres gloriosos, de mayor excelencia que los hombres. La Escritura siempre los representa como las más excelentes de las criaturas de Dios y no conocián de ningún ser, sino solamente Dios, que sea mayor que los ángeles. Por lo tanto, si la ley había sido ordenada por medio de ángeles, a ésta se le debería dar gran estima.

Pero el evangelio es más glorioso que la ley, porque éste nos fue dado por medio de Jesucristo, quien es más grande y excelente que los ángeles. El autor nos hace entender esta verdad al comparar entre Jesucristo y los ángeles, tanto en naturaleza como en oficio, probando que Cristo es bastamente superior a los mismos ángeles. Tenemos cinco razones para creerlo:

I. Jesucristo es receptor de una mayor dignidad, habiendo heredado un nombre más excelente (v. 4, 5).

El texto “hecho… superior” no indica que Jesús es una criatura como los ángeles. El original bien se podría leer “siendo … superior”.

La Escritura declara la superioridad del nombre y de la naturaleza de Cristo sobre los ángeles. El autor cita varios pasajes del AT, cosas que fueron dichas sobre Cristo y que nunca fueron dichas sobre los ángeles.

De Cristo se dice “Mi Hijo eres tú, Yo te he engendrado hoy” (cf. Salmo 2:7). Esto se puede entender refiriéndose al hecho que Cristo fue engendrado eternamente por el Padre o, a Su resurrección. O por el contexto del Salmo que el escritor cita, a la solemne inauguración de Su glorioso reino en su ascensión y toma de la diestra del Padre.

El autor cita el Salmo 2. Salmo que se leía en la coronación del rey de Israel. Esto se cumplió en Cristo en Su ascensión (cf. Efesios 1:18-21). Por lo tanto, por herencia, Cristo tiene una más excelente naturaleza y nombre que ellos. Nadie tiene mayor honor que Cristo.

Respecto a Cristo fue dicho “Yo seré a él Padre, Y él me será a mí hijo” (cf. 2 Samuel 7:14). Esto muestra que Cristo tiene una relación con el Padre que nadie más tiene, ya que esto nunca fue dicho respecto de los ángeles.

II. Los ángeles le adoran (v. 6).

De Cristo se dice: “cuando [Dios] introduce al Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los ángeles de Dios”. Esto se puede entender ya sea referido a cuando Cristo fue traído al mundo, en la encarnación, o a cuando es llevado al mundo de arriba, en su ascensión, para entrar en Su reino.

Primogénito: Significa superior en estatus, preeminente. Observemos que los ángeles le adoran por decreto. Todos y cada uno de ellos. En Apocalipsis 5 los ángeles adoran diciendo: “El Cordero es digno”.

“Dios no sufrirá que un ángel continúe en el cielo sin estar en sujeción a Cristo y dándole adoración, y al final hará que todos los ángeles caídos y los hombres malvados confiesen su divino poder y autoridad y se postren delante de Él. Aquellos que no quieren que reine deberán ser traídos delante de Él y ser muertos delante de Él”.

III. Jesucristo es soberano, los ángeles son siervos de Dios (v. 7-9).

Dios dice de Cristo “Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo” (cf. Salmo 45:6, 7). Cristo está en el trono. De los ángeles dice “El que hace a sus ángeles espíritus, Y a sus ministros llama de fuego” (cf. Salmo 104:4). Haciendo esta comparación, aparece claramente la inmensa inferioridad de los ángeles respecto a Cristo. El oficio de los ángeles es ser ministros o siervos de Dios, para hacer Su voluntad. Los ángeles le sirven.

El pasaje citado, en cambio, afirma la divinidad de Jesucristo: “Tu trono, oh Dios”. Aquí una persona llama a otra persona “Dios”. Notemos que según el autor, Dios lo declara. Dios declara también la dignidad y dominio de Cristo: tiene un trono, un reino y un cetro. Tiene todo el gobierno, autoridad y poder de Dios. Dios declara también la duración eterna de su dominio y dignidad, fundamentado en la divinidad de Su persona.

Vemos también que Cristo administra con perfecta equidad. Tiene un “cetro de justicia”. El ha “amado la justicia, y aborrecido la maldad”.

Cristo es reconocido como: a) Dios mismo, b) Rey y soberano eterno, c) caracterizado por la justicia. d) El gozo es su posesión eterna.

IV. Es el Señor sobre la creación (v. 10-12).

Es Señor sobre todo lo que existe porque Él lo creó: “Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, Y los cielos son obra de tus manos”. El Señor Jesús tiene derecho para gobernar el mundo, porque Él lo hizo en el principio. Él es antes de todas las cosas (Col. 1:17). Al decir que Cristo es creador de los cielos, dice que Cristo es el creador de los ángeles.

Cristo es inmutable e inmortal: “Ellos perecerán, mas tú permaneces; Y todos ellos se envejecerán como una vestidura, Y como un vestido los envolverás, y serán mudados; Pero tú eres el mismo, Y tus años no acabarán”. La creación es mutable, toda creatura lo es.

Cristo está sobre la creación, la cual pasará. Es eterno. Es el creador. Es inmutable.

V. Es el Rey con el triunfo asegurado (v. 13).

Todos los enemigos de Cristo serán puestos bajos sus pies. Su triunfo sobre el mal y sobre el pecado es seguro. Él reinará.

Todas estas características nos ayudan a ver la superioridad de Cristo y Su gran gloria.


martes, 17 de agosto de 2010

El hombre como fue originalmente creado

Cuando la Biblia habla acerca del hombre, nos enseña cuál fue su primer estado original, según Dios lo creó antes de la caída. Los teólogos por años lo han resumido diciendo que el hombre fue creado en perfecto conocimiento, justicia y santidad. El hombre era perfecto en su condición espiritual. Los teólogos de Westminster escribieron lo siguiente:

Después que Dios hubo creado todas las demás criaturas, creó al hombre, varón y hembra, con alma racional e inmortal, dotados de conocimiento, rectitud y santidad verdadera, a la imagen de Dios, teniendo la ley de Dios escrita en su corazón, y capacitados para cumplirla.

Confesión de Fe de Westminster, Capítulo IV-B.

Notemos el hecho de que el hombre estaba capacitado para cumplir la ley de Dios. Aun más, dice la antigua confesión que el ser humano tenía la ley de Dios escrita en su corazón. ¿Que implica esto acerca de la condición del ser humano en su posición original? C. S. Lewis nos ayuda a profundizar en esta idea de la siguiente manera:

Ahora bien, el hombre paradisíaco elegía siempre cumplir la voluntad de Dios. Al seguir la dirección de esa voluntad divina, el hombre paradisíaco estaba satisfaciendo también su propio deseo. Y esto por dos razones: porque todos los actos que se le exigían eran, de hecho, agradables a sus puras inclinaciones; y también porque servir a Dios constituía el placer más exquisito, placer sin el cual todos los demás placeres habrían resultado insípidos. La pregunta de si "¿Estoy haciendo esto por amor de Dios o porque da la casualidad de que me gusta?" no surgía entonces, porque el hacer cosas por amor de Dios era casualmente lo que más le gustaba al hombre. Su voluntad, orientada hacia Dios, cabalgaba dulcemente sobre su felicidad, como se cabalga sobre un caballo bien amansado.... El placer era entonces una ofrenda agradable a Dios, porque ofrecer algo constituía un placer.

C. S. Lewis, El Problema del Sufrimiento, capítulo VI.

Considero ésta descripción profundamente esclarecedora y a la vez, una verdad que confronta la condición de mi corazón. Para el hombre en su estado original, hacer la voluntad de Dios era su gozo, su deleite, su placer. Sin lugar a dudas que eso es una parte de lo que significa tener escrita la ley de Dios en el corazón.

Por cierto que ésta perfecta y dichosa condición contrasta gravemente con la condición del ser humano caído, tal como la he comprobado por experiencia propia. Puedo notar en mí la condición de un corazón rebelde ante la voluntad de Dios. De aquí podemos profundizar mucho más acerca del significado de la caída y de lo que la redención en Cristo produce en nosotros.


Porque la tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es labrada, recibe bendición de Dios. Hebreos 6:7