martes, 18 de junio de 2013

El Evangelio nos transforma en nuestro lugar de trabajo


Siervos, obedeced en todo a vuestros amos en la tierra, no para ser vistos, como los que quieren agradar a los hombres, sino con sinceridad de corazón, temiendo al Señor. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia. Es a Cristo el Señor a quien servís.
Colosenses 3:22-24 (LBLA)

Introducción


Si hay algo que las epístolas del apóstol Pablo nos enseñan, es que el Evangelio es el poder de Dios para transformar nuestras vidas. Esto se hace evidente cuando observamos la manera en que Pablo estructuró sus cartas. En todas ellas, encontramos una primera sección con un fuerte desarrollo teológico y doctrinal, en el que el apóstol expone a sus lectores el mensaje del Evangelio; en algunas ocasiones defendiéndolo o contrastándolo con alguna enseñanza errónea. La epístola a los Colosenses no es la excepción y ejemplifica claramente esta estructura.

Muy temprano en esta carta el apóstol nos presenta la obra de salvación por medio de la persona de Jesucristo. Nos enseña que Dios "nos libró del dominio de las tinieblas y nos trasladó al reino de su Hijo amado" (1:13). Nos afirma que en Cristo "tenemos redención: el perdón de los pecados" (1:14). Por medio de Cristo, el Padre ha reconciliado "todas las cosas consigo, habiendo hecho la paz por medio de la sangre de su cruz" (1:20). Esta reconciliación, enseña Pablo, ha sido por medio del "cuerpo de carne" de Cristo, es decir; "mediante su muerte" (1:22). Por eso, Cristo para nosotros es la "esperanza de la Gloria" (1:27).

Pero para Pablo, el evangelio de Cristo no sólo produce nuestra reconciliación con el Padre, sino que va más allá al efectuar una poderosa transformación de cada aspecto de nuestras vidas. Según la Escritura, el Evangelio tiene grandes e importantes implicaciones para nuestra presente manera de vivir, incluso en cada uno de sus más mínimos detalles.

Para empezar, el Evangelio debe cambiar la manera de pensar y de actuar del creyente, el cual debe dejar de poner su atención en las cosas de este mundo, y buscar "las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios" (3:1). El cristiano debe colocar su mirada en "las cosas de arriba" y "no en las de la tierra" (3:2).

Esto no significa que el creyente debe de abandonar toda clase de actividad terrenal y abstenerse de cualquier tipo de relación humana, para encerrarse en algún monasterio, en el que, ajeno a los afanes de este mundo; podrá alcanzar un estilo de vida verdaderamente piadoso. Más bien, lo que el apóstol Pablo enseña es que el Evangelio, correctamente entendido y aplicado, debe operar un cambio en cada una de nuestras actividades terrenales y relaciones humanas. Para Pablo, el cristiano, en un sentido, ha "muerto". Su vida ya no debe ser como anteriormente, pues ahora su "vida está escondida con Cristo en Dios" (3:3).

En esencia esto significa que nuestra vida no se limita a lo que podemos ver sólo con nuestros ojos terrenales. Hay una realidad eterna que trasciende y transforma nuestra realidad temporal. Lo que vemos, hacemos y vivimos en esta vida y tiempo no lo es todo, sino que "cuando Cristo, nuestra vida, sea manifestado" entonces nosotros también seremos "manifestados con El en gloria" (3:4). Para Pablo, nuestra presente relación con Cristo, que se ha de manifestar de una manera más completa en el futuro, debe afectar nuestra presente manera de vivir.

El Evangelio tiene implicaciones para nuestro trabajo


En el texto que ahora consideramos (Colosenses 3:22-24), Pablo nos enseña cómo el Evangelio puede transformar nuestra manera de entender y realizar nuestro trabajo. En su contexto original, estos versículos están dirigidos a aquellos cristianos que estaban bajo la condición de "siervos", literalmente "esclavos" (NVI). Aunque no tenemos un entendimiento detallado de cómo era la vida laboral para estos creyentes esclavos del primer siglo, podemos sospechar que para muchos de ellos no era del todo agradable. Muchos de ellos eran sujetos a maltrato, y sin duda mucha de su labor no era apreciada o valorada.

Si bien nuestro presente contexto laboral es diferente, con todo el pasaje encuentra un paralelo moderno en la relación y los deberes de jefes y empleados. Las personas aún padece problemas en sus centros de trabajo. Muchos se encuentran en empleos poco satisfactorios, realizando tareas poco apreciadas o mal remuneradas, con jefes o gerentes opresivos y con largas jornadas laborales de más de ochos horas al día. Sin duda, más de una afirmaría sentirse en su empleo actual como un "esclavo" moderno.

Aunque para algunos el ambiente laboral sea diferente, al menos en alguna ocasión todos hemos sentido que nuestro empleo no es el que nos gustaría tener, que nuestras responsabilidades no son proporcionales a nuestro salario, y que podríamos tener mejores compañeros de trabajo, subalternos y definitivamente un jefe o patrón más amable y respetuoso. La pregunta a responder es entonces: ¿cómo podemos ser transformados de manera que, a pesar de las peores condiciones laborales, trabajemos de manera que siempre le demos a Dios la gloria que Él merece?

La respuesta nos la proporciona Pablo en estos versículos. En ellos, define el papel del creyente como siervo y esclavo de Jesucristo, y nos insta a ver el servicio a un amo terrenal como una oportunidad para servir al Señor. Pablo nos anima a ver más allá de nuestros "amos terrenales" (RV60) y nos indica que, poniendo nuestra mirada en las cosas de arriba, observemos que también tenemos un amo celestial.

La manera en que debemos laborar


Primero, Pablo nos indica la manera en que los creyentes debemos conducirnos en nuestros empleos. Dice: "Siervos, obedeced en todo a vuestros amos en la tierra" (3:22a). El apóstol declara que, debido a que tenemos un patrón celestial, nuestra obediencia a nuestro patrón terrenal no debe ser parcial, sino completa. Debemos obedecer en todo a nuestros amos (jefes) terrenales.

Esta amonestación significa, entre otras cosas, que debemos trabajar para ser productivos en nuestros empleos: Debemos hacer todo lo que nuestro empleador desea que hagamos. El creyente debe cumplir todas sus responsabilidades laborales. El que provee un servicio debe cumplir el contrato o el acuerdo verbal al que haya llegado con su empleador.

Además, significa también que debemos ser eficaces: es decir, debemos procurar alcanzar las metas y objetivos que nuestro empleador espera que alcancemos. Aunque el éxito de la empresa no esté en nuestras manos, con todo debemos esforzarnos por cumplir con todas las metas que nos han sido asignadas.

Por último, también significa que debemos ser eficientes: Hay que alcanzar nuestras metas y objetivos con un alto aprovechamiento de los recursos y tiempo puestos para que administremos. Para el creyente, no es válida la frase: "si acabo esto hoy, ¿qué voy a hacer mañana?"

La actitud con la que debemos laborar


Pero el Evangelio va más allá, pues no solo transforma nuestro comportamiento externo, sino que principalmente nos cambia por dentro, renovando las motivaciones internas de nuestro corazón. En otras palabras, la manera en que debemos laborar descrita arriba, surge de un corazón transformado por gracia. Por eso el apóstol nos indica que nuestra productividad, eficacia y eficiencia no debe ser generada principal o únicamente por el deseo interno de ser apreciados o bien remunerados.

Nos dice que no debemos trabajar "para ser vistos" por nuestros amos terrenales, "como los que quieren agradar a los hombres". Nuestra actitud no debe ser la de trabajar "sirviendo al ojo" (RV60) terrenal. Esta frase bien se puede traducir como "brindando un servicio aparente", con lo cual Pablo se refiere a trabajar sólo cuando sabemos que estamos siendo supervisados o mientras nos vigilan, en lugar de reconocer que el Señor siempre nos ve y que nuestra manera de trabajar le interesa a Él.

Para algunos de nosotros esto significa que no debemos trabajar buscando la aprobación de nuestros compañeros o nuestro jefe. No necesitamos el aprecio de los demás para ser productivos, eficaces y eficientes. La aprobación y las felicitaciones tienen su lugar en la motivación, pero por sí solos no son una fuerza suficiente para impulsar el trabajo honrado, productivo, eficaz y eficiente en medio de la adversidad. Pues, cuando éstas faltan, careceremos de combustible para seguir trabajando.

Estas palabras también significan que no debemos trabajar motivados meramente por el deseo de evitar el regaño o el castigo de nuestros supervisores. El temor a ser despedido, suspendido o reubicado tampoco puede producir en nosotros el carácter deseado, pues bajo esta motivación la tendencia siempre será a producir lo mínimo necesario en nuestras actividades: lo que específicamente está declarado en mi contrato, lo que dice el memorándum y siempre y cuando esté dentro de mi horario de trabajo. De nuestras bocas saldrán frases como: "Eso no está en mis funciones" o "No fui contratado para esta tarea". Con esta mentalidad nunca estaremos motivados para dar el esfuerzo o el tiempo extra que en ocasiones pueda ser requerido de nosotros.

Finalmente, el apóstol Pablo nos está diciendo que debemos trabajar motivados por algo más que simplemente recibir nuestro salario quincenal. Nuestro corazón no debe ser movido solamente por aquella promoción o por ese bono de puntualidad tan jugoso. Si esa es toda nuestra recompensa, al final obtendremos algo que no dura, que rápidamente desaparece y que nos deja con las manos vacías y una insatisfacción constante. Bajo esta mentalidad, nuestra tendencia será a hacer únicamente lo que sabemos que nos va a producir un dividendo: lo que hará que me promuevan más rápido, lo que me permitirá recibir el bono de productividad, y descuidaremos todas aquellas tareas que pudieran ser importantes pero que no cuentan para la promoción o el bono de eficiencia.

En contraste con todas estas motivaciones incorrectas, nuestro texto nos llama a trabajar "con sinceridad de corazón, temiendo al Señor". Una vez más nos insta a que "todo lo que hagáis, hacedlo de corazón como para el Señor y no para los hombres" (3:23).

Con esto, Pablo primero nos exhorta a mirar más allá de nuestro patrones y remuneraciones terrenales, hacia nuestro amo celestial. Nos urge a trabajar "como para el Señor" y nos recuerda que es al Señor Jesucristo a quien servimos. En vez de simplemente ser responsables ante nuestros jefes terrenales por la calidad de nuestro trabajo, Pablo nos apunta a Cristo como nuestro verdadero amo y jefe. Además, Pablo nos anima y nos recuerda de la recompensa eterna como la motivación para un trabajo fiel en esta vida: "Sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia" (3:24).

Nunca olvide llevar consigo al trabajo la verdad del Evangelio


Lo más importante que debemos recordar es que en el centro de todo está el Evangelio de gracia: la promesa de una recompensa rica y eterna que es tan segura como cualquier beneficio presente que pudiéramos recibir. En otras palabras, Pablo no nos dice que cambiemos nuestro jefe terrenal por un jefe celestial más grande, pero del que igualmente tenemos que ganar su aprobación y su bendición.

El antídoto de Pablo al problema de un difícil y desalentador ambiente de trabajo no es un discurso motivacional de superación personal que nos hace un llamado al deber de perseverar. En lugar de ello, nos muestra el generoso corazón de Dios que recompensa a todos aquellos que confían en Él.

La "recompensa de la herencia" de la que Pablo nos habla no depende de nuestro desempeño productivo, eficaz y eficiente, sino del amor libre y soberano que Dios ha decidido derramar sobre nosotros. El escritor Jerry Bridges lo dice de la siguiente manera:

Cada día de nuestra experiencia cristiana debería ser un día en el que nos relacionemos con Dios sobre la base de su gracia y nada más. Tus peores días nunca son tan malos como para que te encuentres fuera del alcance de la gracia de Dios. Y tus mejores días nunca son tan buenos como para que te encuentres por encima de la necesidad de la gracia de Dios.

¿Qué tan motivado te sientes para ir hoy al trabajo? ¿Te gusta tu trabajo? ¿Amas lo que haces? Antes de responder estas preguntas, recuerda el Evangelio, pues es lo único que puede transformarnos y producir verdadero amor y temor al Señor. Lo único que puede transformarnos es el Evangelio que nos promete una herencia por gracia: una eternidad de infinita satisfacción y gozo en el Señor. Lo único que puede transformarnos es el Evangelio que nos cambia de pecadores rebeldes y obstinados a siervos de Jesús. Lo único que puede transformarnos es recordar que a quien servimos es a Cristo, nuestro Señor y Salvador.

El Evangelio es el que produce trabajadores productivos, eficaces y eficientes.


jueves, 13 de junio de 2013

Sobre el matrimonio

Les comparto las siguientes citas relacionadas con el matrimonio (ambas tomadas del libro Matrimonio Real de Mark y Grace Driscoll):

El mejor regalo de gracia que un hombre puede tener es una esposa piadosa, temerosa de Dios y que ame el hogar, a quien él le pueda confiar todos sus bienes, su cuerpo y la vida misma, además de tenerla como madre de sus hijos.

Martín Lutero

Nadie sabe lo agradecido que estoy a Dios por ti. En todo lo que yo alguna vez he hecho por Él tu tienes la parte mayor, porque al hacerme tan feliz me has equipado para el servicio. Ni un gramo de energíase ha perdido alguna vez contigo para la buena causa. He servido al Señor mucho más, y nunca menos, debido a tu dulce compañía.

Charles Spurgeon en una carta a su esposa

 Considero que ambas citas invitan a la reflexión y a la oración.


Porque la tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es labrada, recibe bendición de Dios. Hebreos 6:7