jueves, 4 de noviembre de 2010

Jesús, nuestro gran sumo sacerdote

Hebreos 4:14-16

14 Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. 15 Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. 16 Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.

Introducción

En estos versículos, el autor de la epístola, después de la solemne advertencia realizada acerca de la incredulidad (3:7 – 4:13), vuelve a tomar otra vez el punto principal acerca del sacerdocio de Cristo. Anteriormente ya había mencionado este punto, describiendo a Jesús como un “misericordioso y fiel sumo sacerdote” (2:17). La fidelidad de Cristo fue tratada en el capítulo tres (3:1-6). El autor ahora vuelve a retomar la idea para profundizar en la misericordia de nuestro gran sumo sacerdote.

Al ir avanzando en la carta a los Hebreos, nos daremos cuenta de que una de las verdades más importantes presentadas es la de que Cristo y su muerte en la cruz, constituyen la realidad completa y perfecta de lo que la ley, los profetas y los sacrificios del Antiguo Testamento solamente prefiguraron y prometieron. Por lo tanto, cuando la promesa se cumplió en Cristo, todo lo que antiguamente funcionó como una figura anticipatoria perdió su validez y significado.

En el Antiguo Testamento, una de las figuras más significativas de la obra de Cristo es la del sacerdote. El rol del sacerdote se puede resumir en las siguientes funciones: (1) Hacer intercesión por el pueblo delante de Dios. (2) Hacer expiación por el pueblo: ofrecer un sacrificio que cubriera los pecados del pueblo. La diferencia entre un sacerdote y un sumo sacerdote es sólo de grado, y no de clase. En particular, era responsabilidad del sumo sacerdote cada año, en el día de la expiación, entrar al tabernáculo, hasta el Lugar Santísimo, para esparcir la sangre del sacrificio sobre el propiciatorio.

La intención del autor es ahora mostrar la superioridad de Cristo por encima del sumo sacerdocio de la religión judía. Cristo es superior dado que el es llamado el “gran sumo sacerdote”. A continuación el escritor sagrado nos proporciona cuatro razones por las que Cristo se distingue como el más grande de los sumos sacerdotes.

I. Cristo ha logrado en realidad todo lo que los sumos sacerdotes solo prefiguraban (v. 14a)

Cristo, a diferencia de los otros sumos sacerdotes, “traspasó los cielos”. Para profundizar en el significado de esta frase, tenemos que recordar un poco el contexto de los sacrificios expiatorios en el Antiguo Testamento.

Para empezar, el tabernáculo estaba dividido en tres secciones principales: la parte externa llamada atrio, el Lugar Santo, y el Lugar Santísimo. El pueblo solamente tenía acceso a la parte externa, mientras que los sacerdotes podían entrar al Lugar Santo, para poner incienso en el altar del incienso, cambiar los panes de la mesa y para asegurarse que el candelabro de oro siempre estuviera encendido. El sumo sacerdote podía, una vez al año, entrar al Lugar Santísimo, para hacer la obra de expiación esparciendo la sangre en el propiciatorio. Éste tenía que entrar con campanas amarradas a su cuerpo y una cuerda atada al tobillo, ya que cabía la posibilidad de que cayera muerto ante cualquier error o atrevimiento de su parte. Y sin embargo, todo ese ritual no podía pagar ni un solo pecado. Todo era una simple figura de Cristo.

Cristo, en cambio “traspasó los cielos” hasta la misma habitación de Dios. El verbo “traspasó” está en presente perfecto. Esto quiere decir que en este momento, Cristo está ahí en la presencia de Dios. Está sentado a la diestra de Dios (cf. 8:1, 2; 9:11-14, 23-26).

“Este es un punto importante, pues muestra que el sacerdocio de Cristo es ejercido en el cielo, no en la tierra… la presencia de un sacerdocio en la tierra implicaría que la expiación por el pecado no había sido completada… Es esto que hace la esfera del sacerdocio de Cristo en los cielos, esto es, en la presencia de Dios, algo de tanta importancia”. W. H. Griffith Thomas.


II. Cristo posee una estatura que lo califica como el último sumo sacerdote (v. 14b)

El autor llama a Jesús “el Hijo de Dios”. Al llamarlo “Jesús” resalta su humanidad y sugiere proximidad, unidad y afinidad. El título “Hijo de Dios” resalta su divinidad y sugiere poder. Por lo tanto, Jesús tiene cualidades que ningún otro sacerdote posee, ya que Él nos representa ante Dios como hombre. Como Dios, Jesús es poseedor de suprema santidad y autoridad.

“Así, lo divino y lo humano son puestos juntos después de haber sido considerados separados en los capítulos 1 y 2”. W. H. Griffith Thomas.


III. Cristo es perfectamente compasivo, porque ha soportado todo el poder de la tentación (v. 15)

A veces, ante las pruebas y las dificultades empezamos a dudar y nos preguntamos: Dado que Él está allá en el cielo y yo en la tierra, ¿le intereso? ¿En verdad Él me entiende? ¿Me comprende? ¿Me escucha?

La respuesta a todas esas preguntas es un rotundo ¡Sí! Él nos entiende. Él nos comprende. Porque Él vivió también aquí en la tierra y fue tentado como nosotros. Él fue hombre, tan humano como nosotros, con un cuerpo, mente y emociones humanas reales. Como resultado de Su humanidad Cristo puede simpatizar con nuestras debilidades. Cristo fue tentado con todo tipo de tentación. Fue tentado al orgullo, la codicia, la lascivia, la duda y el temor.

“El punto es que la gloria divina del sacerdocio de Cristo no es una barrera simplemente debido a sus experiencias humanas y afinidad con el hombre”. W. H. Griffith Thomas.

“No tenemos un sumo sacerdote que sea cruel e inmisericorde; los santos tienen un sumo sacerdote, pero no uno que no pueda ser tocado con el sentir de nuestras debilidades; tales como las enfermedades y necesidades del cuerpo, persecuciones del hombre y las tentaciones de Satanás; bajo todas las cuales Cristo simpatiza con su pueblo; y cuya simpatía surge de su conocimiento y experiencia de estas cosas, y de la porción que ha tenido de ellas, y de aquella unión que hay entre él y su pueblo: y no es una mera simpatía, sino que está acompañada con su asistencia, soporte y liberación; la consideración de esto es de gran consuelo para los santos”. John Gill.


También es para nosotros un gran consuelo y esperanza la verdad de que el pecado fue la única experiencia humana que Cristo no compartió con nosotros. Lo más importante que debemos entender es que el hecho de que Jesús nunca pecó significa que Él entonces experimentó el mayor grado y expresión del poder de la tentación.

“En la actualidad hay una tonta idea de que la gente buena no conoce lo que significa la tentación. Esta es una mentira obvia. Solamente aquellos que intentan resistir la tentación saben que tan fuerte es… Un hombre que se entrega a la tentación después de cinco minutos simplemente no sabe cómo ésta hubiera sido una hora después. Esta es la razón por la cual la gente mala, en cierto sentido, sabe muy poco sobre la maldad. Han vivido protegidos entregándose siempre… Cristo, debido a que Él fue el único hombre que nunca se rindió a la tentación, es también el único hombre que conoce a la plenitud lo que la tentación significa – Él es el único realista completo” C. S. Lewis.

“Esto nos lleva al punto notable e importante de que la simpatía o afinidad de Cristo está asociada con su falta de pecaminosidad. Él siente con nosotros porque es distinto de nosotros… El asunto es tan vital que es esencial que tengamos bien claro este punto de la relación necesaria entre la falta de pecado de Cristo y su simpatía… lejos de que la falta de pecaminosidad de nuestro Señor haga su tentación irreal, lo cierto es exactamente lo opuesto, pues es a causa de su falta de pecaminosidad que sintió la tentación de modo más agudo. Una persona que ha estado toda su vida acostumbrada al mal moral es mucho menos probable que comprenda lo aborrecible del mismo que aquella que ha estado rodeada de pureza y no ha experimentado el vicio y la degradación. La cuestión de la falta de pecaminosidad de Cristo, y con toda la realidad de sus tentaciones, es de una importancia suprema, y requiere que la examinemos con toda atención”. W. H. Griffith Thomas.


IV. Cristo suple a Su pueblo de todo lo necesario para perseverar (v. 16)


En Cristo hay misericordia y gracia para nuestro tiempo de necesidad. Hay misericordia y gracia para cuando fallamos y pecamos. No nos detengamos de venir a Dios. Ahí está Jesús, a la diestra del Padre, por lo que tenemos la confianza de acercarnos al trono, que gracias a Él es un trono de Gracia. Podemos perseverar debido a que tenemos un sumo sacerdote que es eficaz haciendo Su obra por nosotros.


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Porque la tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es labrada, recibe bendición de Dios. Hebreos 6:7