jueves, 26 de septiembre de 2013

Las madres nunca están solas cuando están solas

Convertirse en madre lo cambia todo. Hay tantas cosas que no te dicen cuando firmas los papeles del alta en el hospital. Por supuesto que te preparan para cosas como alimentar, cambiar un pañal e higiene general. Pero no te dicen lo exhausta que te sentirán en esos primeros días, o lo insegura que te sentirás sobre tus habilidades como una madre, o lo sola que te sentirás cuando cada uno de tus días de repente se sienta como El Día de la Marmota.

La maternidad es la experiencia más exhilarante. Pero también es la más aislante. Puedes pasar rápidamente de ser una mariposa vivaracha y social a alguien casera que pasa tres días sin cambiarse de ropa. Todos entienden que la maternidad les cambia. Pero no todos están bien preparados para cómo la maternidad les cambia.

El propósito de la soledad


Es difícil ver un plan en nuestras circunstancias cuando éstas están nubladas por rabietas, escupitajos y otras realidades mundanas de la maternidad. Pero eso no niega que una mano soberana las guía todas. En los días agotadores de ser una madre es común sentir como si la soledad que sentimos es sólo la cereza de un pastel ya de por sí amargo. Elizabeth Elliot dijo sobre nuestra soledad:

La soledad es un tipo de “muerte” de la que la mayoría de nosotros aprende tarde o temprano. Lejos de ser algo “malo” para nosotros, un estorbo al crecimiento espiritual, puede ser el medio de desdoblar las “flores” espirituales hasta ahora envueltas. La completa belleza de la rosa silvestre, su misma “realización” depende de su continuo morir y volver a vivir… En la economía de Dios, sea que Él esté formando una flor o un alma humana, nunca nada se vuelve en nada. Las pérdidas son Su forma de lograr las ganancias.

Como tantas otras cosas difíciles que enfrentamos en la vida cristiana, la soledad es parte del plan amoroso de Dios de obrar todas las cosas para nuestro bien (Rom. 8:28). Así que los días en que el único ser humano con el que conversas habla en oraciones de dos palabras o balbucea no son una pérdida ni para Dios ni para ti. Te están preparando para un peso de gloria que no tiene comparación (2 Cor. 4:17).

Este diario morir a nosotros mismos tampoco es único de la maternidad. Como cristianos, somos llamados a morir a nuestra propia gloria y deseos de una manera regular. La muerte solitaria y dolorosa del Hijo de Dios aseguró nuestra vida. Así que cada pequeña muerte a nuestros propios deseos en nuestro materno peregrinar nos permite participar en el sufrimiento de Cristo (1 Pedro 4:13). Nuestra muerte a la interacción social y a la variedad en nuestro día significa vida para nuestros hijos. Y nunca es en vano.

Esperanza para el solitario


En el papel parece noble decir que todos los días morimos por nuestros hijos. Pero no se siente tan maravilloso cuando lloran por nuestra presencia incluso antes de que el sol aparezca. O cuando tenemos que perdernos otro domingo en la iglesia porque nuestro hijo está enfermo o nos necesita en el cunero. En esos momentos no siempre nos importa si la soledad significa vida para nuestro hijo. Sólo queremos hablar con nuestros amigos para variar. Afortunadamente, podemos confiar en algo más que nuestros débiles esfuerzos de soportar tal soledad.

Cristo estuvo solo para que nosotros nunca tengamos que estar solos. Y Él aseguró que incluso cuando respondamos pecaminosamente a nuestra soledad, Él nos dará la gracia para arrepentirse y responder mejor la próxima vez. Aún en los días más aislados, cuando todo lo que haces es alimentar, limpiar y cargar un bebé el cual no estas segura de que siquiera sabe que estás ahí, no estás sola. La soledad que sientes puede ser absorbida con la asombrosa realidad de que Cristo nunca dejará de estar a tu lado. Él es nuestro consuelo cuando derramamos casi tantas lágrimas como nuestro bebé con cólico. Él es nuestra fuerza cuando sentimos que no podemos levantarnos de la cama para una toma más de media noche. Él nos sostiene cuando colapsamos sobre el sofá después de otro día largo de cuidar a los pequeñitos. Y Él es nuestra justicia cuando le fallamos a nuestros niños en un momento de somnolienta frustración.

En tan sólo unos cuantos meses de maternidad he aprendido que no puedo engañar a nadie para que piense que tengo todo bajo control. También he aprendido que en mi exhausto, algunas veces solitario nuevo estado de maternidad, estoy siendo sostenida por las manos amorosas de mi Padre celestial. Él ha ordenado estos días largos para mi bien y mi gozo final.

Sí, la maternidad es un trabajo duro. Es un trabajo solitario. Es un trabajo que no siempre da ganancias para cada inversión. Pero es un trabajo a semejanza de Cristo. Cada día que morimos a nosotros mismas, ya sea a través de la falta de sueño, tiempo o interacción personal, estamos tomando la forma de un siervo in el espíritu de nuestro Cristo (Fil. 2:7). Y es hermoso para Dios.

Los niños son un don precioso. No hay nada más asombroso que mirar a la vida que Dios creó dentro de ti. Los largos días que pasamos cuidando nuestros hijos tienen significado eterno que algún día, Dios mediante, cosechará muchas recompensas. Hasta ese momento entonces, laboramos. Esperamos. Y clamamos al Único que verdaderamente entiende lo que significa entregar la vida por los suyos.

Courtney Reissig ha escrito para el Concilio para la Masculinidad y Femineidad Bíblica y el Seminario Teológico Bautista del Sur. Está casada con Daniel, y juntos viven en Little Rock, Arkansas, donde Daniel trabaja en plantar la Iglesia Bautista Midtown. Ella regularmente bloguea en In View of God’s Mercy.

---

Tomado y traducido del blog de The Gospel Coalition.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Porque la tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es labrada, recibe bendición de Dios. Hebreos 6:7