El Sacerdocio de Todos los Creyentes
La doctrina de la vocación es una parte integral de
la enseñanza de la Reforma sobre el sacerdocio de todos los creyentes. Esto no
significa, al menos para Lutero, que el oficio pastoral ya no es necesario. Más
bien, ser un pastor es una vocación distinta. Dios llama a ciertos individuos al
ministerio pastoral, y Él obra a través de ellos para dar Su Palabra y
Sacramentos a Su rebaño.
El sacerdocio de todos los creyentes significa,
entre otras cosas, que uno no necesita ser un pastor o hacer funciones
pastorales para poder ser un sacerdote.
John Pless muestra cómo la perspectiva Católica
Romana Medieval, que consideraba los llamados a las órdenes religiosas como las
únicas vocaciones santas de Dios, se replica en el evangelicalismo Americano:
El
Catolicismo Romano Medieval presuponía una dicotomía entre la vida en las
órdenes religiosas y la vida en los llamados ordinarios. Se asumía que la vida
monástica guiada por los consejos evangélicos (i.e., el Sermón del Monte)
proveía de un sendero más certero a la salvación que la vida secular regulada
por el decálogo. El Evangelicalismo Americano ha engendrado lo que se puede
referir como un “neo-monasticismo”. Al igual que su contraparte medieval, el
neo-monasticismo da la impresión que el trabajo religioso agrada más a Dios que
otras tareas y deberes asociados con la vida en el mundo. Según esta
mentalidad, el creyente que hace un llamado evangelístico, sirve en un comité
congregacional, o lee un pasaje en el servicio de la iglesia está realizando un
trabajo espiritualmente más significativo que la madre cristiana que atiende a
sus hijos o el cristiano que trabaja con integridad en una fábrica. Para el
creyente, todo trabajo es santo porque él es santo y justo a través de la fe en
Cristo.
Similar
al neo-monasticismo, está el neo-clericalismo que merodea detrás del eslogan
“cada quien un ministro”. Esta frase implica que el trabajo vale la pena sólo
mientras se asemeje al trabajo realizado por pastores. Los líderes laicos son
llamados “Ministros Asistentes” y esta práctica es defendida sobre las bases de
que involucrará a otros en la iglesia como si la recepción fiel de los dones de
Cristo fuera insuficiente. Ya no es suficiente pensar de tu vida diaria como tu
vocación, ahora debe ser llamado “tu ministerio”. (8)
Einar Billing hace el punto de que Lutero y los
Luteranos desplazaron las disciplinas espirituales monásticas lejos del claustro
y hacia dentro del mundo, para ser practicados en vocación (9). ¿Celibato? Se
sexualmente fiel dentro del matrimonio. ¿Pobreza? Lucha por sostener a tu
familia. ¿Obediencia? Haz lo que la ley y tu empleador te dicen que hagas.
¿Limosnas? Se generoso con tus prójimos. ¿Auto-disciplina? Fortalécete contra
las tentaciones que encontrarás en la vida diaria.
Los sacerdotes llevan a cabo sacrificios. El
sacrificio de Cristo por nuestros pecados fue una vez y para siempre. No
necesitamos ya repetir dicho sacrificio, lo que se enseña que sucede en la
Misa. Pero los discípulos de Cristo son llamados a tomar su propia cruz y
seguirle. Su real sacerdocio se sacrificará a sí mismo en sus llamados, al amar
y servir a sus esposas, hijos, clientes, empleados y conciudadanos. “Lutero
relocalizó el sacrificio”, dice Pless. “Lo removió del altar y lo reposicionó
en el mundo”. (10)
“El cristiano trae su sacrificio al rendir la
obediencia, ofrecer el servicio y proveer el amor que su trabajo y llamado le
requieren”, escribe Vilmos Vatja. “El trabajo del cristiano en su llamado se
vuelve una función de su sacerdocio, su sacrificio corporal. Su trabajo en el
llamado es una obra de fe, la adoración del reino del mundo”. (11)
“También vosotros, como piedras vivas, sed
edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer
sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pedro
2:5). “Por consiguiente, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que
presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que
es vuestro culto racional” (Romanos 12:1). Estos sacrificios son, precisamente,
“sacrificios eucarísticos”; es decir, “sacrificios de gratitud” en respuesta a
lo que Dios ha hecho por nosotros en Jesucristo. (12)
Puede parecer extraño pensar que tales actividades
mundanas como el pasar tiempo con tu esposa e hijos, ir al trabajo, y tomar
parte en tu comunidad son una parte de tu llamamiento “santo”, y que el
monótono trajín diario puede ser un “sacrificio espiritual”.
No es tan extraño, empero, como lo que actualmente
destroza a muchos cristianos: una vida “espiritual” que tiene poco que ver con
sus familias, su trabajo, y su vida cultural. Muchos cristianos tratan a otras
personas horriblemente, incluyendo a sus esposas e hijos, mientras cultivan su
propia piedad personal. Muchos cristianos bien intencionados se pierden en el
trabajo y actividades de la iglesia, mientras descuidan sus matrimonios, sus
hijos y sus otros llamados.
Pero la vida ordinaria es donde Dios nos ha
colocado. La familia, el centro de trabajo, la iglesia local, la cultura y la
plaza pública son donde Él nos ha llamado. La vocación es donde la
santificación ocurre.
Es verdad, pecamos terriblemente en todas estas
vocaciones. En lugar de amar y servir a nuestro prójimo, queremos ser amados y
ser servidos, poniéndonos a nosotros en primer lugar. Pero cada domingo,
podemos ir para ser nutridos por la Palabra de Dios, donde encontramos perdón
por nuestros pecados vocacionales y somos edificados en nuestra fe. Esa fe, a
la vez, puede dar fruto en nuestras vocaciones diarias.
El alto número de divorcios entre los cristianos
evangélicos, su escapismo espiritual, y su invisibilidad cultural son todos
síntomas de la pérdida de la vocación. Por el contrario, el recobrar la
vocación puede transfigurar toda la vida, envolviendo cada relación y cada
tarea puesta delante de nosotros con la gloria de Dios.
This article originally
appeared in the Nov./Dec. 2007 edition of Modern Reformation. For more information about Modern Reformation, visit www.modernreformation.org.
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