lunes, 26 de abril de 2010

¿Qué es la justificación?

En esta entrada, quisiera que nos preguntemos: ¿qué es la justificación? ¿Qué significa ser justificado por la fe? Hago esta pregunta porque entender lo que significa ser justificado nos permite entender las bendiciones que son el resultado de ser justificado. Así que vale la pena que veamos aunque sea de manera rápida la enseñanza del apóstol Pablo sobre la justificación por la fe.

En esencia, ser justificado significa: “ser declarado justo”. La idea que la Biblia presenta acerca de la justificación es de un veredicto emitido después de un juicio. Es decir, estamos delante del tribunal de Dios, nuestra persona está siendo evaluada y examinada por Dios, y entonces Él nos dice: “te declaro justo”. Y por “justo” debemos entender, según el lenguaje del apóstol Pablo, “cumplidor de la Ley”, “sin pecado” y por lo tanto “sin culpa”.

Ahora bien, que Dios nos declare justos nos debe resultar impresionante, debido a que, según la Escritura, ¡no somos justos! En realidad, ¡somos todo lo contrario! Somos injustos: es decir, no hemos cumplindo con la Ley de Dios, ni en su más mínimo detalle, por lo tanto hemos pecado y somos culpables delante del Dios justo y santo.

En la epístola a los Romanos, el apóstol usa cuatro palabras para describir nuestra situación delante de Dios antes de ser justificados: el texto de Romanos 5:1-11 nos dice que éramos “débiles”, “impíos”, “pecadores”, “enemigos”. Ustedes saben que estas no son bajo ninguna circunstancia palabras halagadoras. Son palabras que hablan de estar en un estado de desaprobación y condenación por parte de Dios.

Por ejemplo, ¿sabe que significa impío? Impío significa alguien que no tiene “reverencia hacia Dios”, alguien que actúa de manera consciente “en rebelión contra las demandas de Dios”. Y según la Biblia, antes de ser salvados por Dios, éramos rebeldes a Dios.

Por otro lado, también dice que éramos “pecadores”. La palabra “pecador” significa alguien “que erra al blanco”, en otras palabras, significa no cumplir la ley. Vamos al capítulo 1 de la epístola para ver cómo lo describe Pablo:

“La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” Romanos 1:18

Ser impío significa de manera consciente detener con injusticia la verdad. ¿Cuál verdad? La verdad de la gloria de Dios. Más adelante el apóstol afirma:

“Ya que, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias. Al contrario, se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido” Romanos 1:21.

La injusticia del hombre consiste en no darle ni querer darle la gloria a Dios. Al contrario, dice Pablo, de manera intencional pretende negar la presencia de Dios en su vida, y se hace de ídolos, es decir hace para sí dioses de otras cosas:

“Y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por imágenes de hombres corruptibles, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles” Romanos 1:23

La impiedad del hombre es rechazar a Dios y hacer del dinero su dios, o de la salud, o de las posesiones, o de su familia, o de la comodidad, o de cualquier otra cosa que está muy lejos de la verdadera gloria de Dios. ¿Y cuál es el resultado? Una vida en completa rebelión contra Dios:

“Están atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y perversidades. Son murmuradores, calumniadores, enemigos de Dios, injuriosos, soberbios, vanidosos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia. Esos, aunque conocen el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no solo las hacen, sino que también se complacen con lo que las practican” Romanos 1:29-32

Estas palabras nos deben cimbrar en lo más profundo, porque ¿sabe?, usted y yo estamos en esta lista. Todos hemos sido desobedientes a nuestros padres. Hemos sido soberbios y vanidosos. Hemos engañado, y en incontables ocasiones hemos murmurado y sentido envidia. Y si entendemos la Ley de Dios cómo el Señor Jesucristo nos la explica en el evangelio de Mateo, debemos reconocer que también somos homicidas al airarnos con nuestro prójimo y hemos fornicado en incontables ocasiones con nuestros malos pensamientos.

Tal vez la descripción más horrible de todas, es cuando el apóstol dice “enemigos de Dios”. Esa palabra que se traduce como “enemigos” en realidad significa aborrecedores. Somos por naturaleza aborrecedores de Dios. Odiamos a Dios, no lo deseamos, no lo apreciamos, no lo honramos, no le damos gloria.

Usted y yo estamos en esta lista. Y para que no nos quede ninguna duda, más adelante, el apóstol declara:

“Todos, tanto judíos como gentiles, están bajo el pecado. Como está escrito: No hay justo, ni aun uno” Romanos 3:10 y “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” Romanos 3:23

Cuando observamos esta clara y terrible descripción de la humanidad (incluyendo a nosotros), no podemos entender cómo Dios nos podría declarar justos, es decir, limpios de pecado y cumplidores de la Ley. Porque en realidad no merecíamos ser declarados justos, sino merecíamos ser condenados. Merecíamos la ira y la condenación de Dios. De hecho, si nos regresamos de nuevo al capítulo 1 leemos que precisamente “La ira de Dios se revela… contra” toda esta “impiedad e injusticia”.

También más adelante dice que toda persona que no se arrepiente y permanece con un corazón duro está atesorando “ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios” (Romanos 2:5).

Y luego dice que solo habrá: “Ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia. Tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, sobre el judío en primer lugar, y también sobre el griego.” Romanos 2:8

Estas palabras son una descripción de lo que nosotros merecíamos como paga por nuestros pecados: “Ira”, “enojo”, “tribulación”, “angustia”. Estas palabras apenas nos dan una idea de lo que sería el peso infinito y eterno de la ira de Dios descargada sobre nosotros y de lo que muchos sufrirán en el infierno por no haberse arrepentido y creído en el Salvador.

Para que podamos entender en verdad la magnitud de la gracia y del amor de Dios que hemos recibido en Cristo, es necesario que entendamos que Dios bien pudo haber condenado a cada hombre y mujer que ha estado y estará en esta tierra, y de todas formas Él hubiera continuado siendo justo, santo y bueno. Dios bien pudo enviar a cada uno de nosotros, a toda la humanidad de hecho, al infierno, y Dios no habría hecho nada injusto, pues solamente le hubiera pagado a cada quien según lo que sus obras merecen.

Es más, es precisamente porque Dios es justo, porque Dios es santo, que Él tiene que ejecutar su juicio, y condenar y castigar a los pecadores. El carácter perfecto y santo de Dios exige que el nos juzgue, condene y ejecute su juicio. La Biblia en todas partes dice que Dios “no hace acepción de personas” y que “de ninguna manera tendrá por inocente al malvado”.

Ante este panorama, nos preguntamos con desesperación: ¿Qué nos puede salvar? ¿Serán acaso las buenas obras? ¿O intentaremos cumplir la Ley de Dios? No, cumplir la Ley de Dios no nos puede salvar, y sabemos muy bien porqué ¡Porque no podemos cumplir la Ley de Dios a la perfección!

Eso es precisamente lo que significa cuando nuestro texto nos dice que éramos “débiles”. Débiles en realidad se traduce mejor, como en la NVI, como “incapaces”. ¿Incapaces de qué? De salvarnos por nosotros mismos.

“Por las obras de la Ley ningún ser humano será justificado delante de él, ya que por medio de la Ley es el conocimiento del pecado” Romanos 3:20

Oh, ¿siente usted la desesperación? ¿Siente usted su impiedad, su injusticia, su incapacidad de salvarse a usted mismo? Entonces, las siguientes palabras le han de sonar como las mejores palabras que alguna vez ha escuchado:

“Pero ahora, aparte de la Ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la Ley y por los Profetas: la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en Él, porque no hay diferencia” Romanos 3:21, 22

“Son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con miras a manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo y el que justifica al que es de la fe de Jesús” Romanos 3:26

¿Sabe usted que significa propiciación? Propiciación significa básicamente “apaciguar la ira”. Significa que toda esa ira, todo ese juicio, toda esa tribulación y angustia que nosotros merecíamos recibir, Dios la descargó en Cristo. Lo que nosotros merecíamos, Cristo lo recibió. Y Cristo fue exhibido derramando su sangre públicamente, para demostrar que la justicia de Dios está satisfecha. Si, nuestros pecados fueron pagados, recibieron el castigo que merecían. Pero no fue sobre nosotros, fue sobre Jesús. Y nosotros podemos recibir la justicia y la perfección de Jesucristo sobre nosotros gratuitamente, como dice el v. 25.

¡Gratuitamente! ¡No tenemos que hacer nada! ¡Sólo tenemos que creer! ¡Sólo tenemos que confiar! ¡Sólo tenemos que recibir el regalo! Nuestro pecado completamente pagado en la cruz por Jesucristo hace propiciación, es decir, satisface la justicia de Dios a nuestro favor. Dios en Su gran misericordia acepta a Cristo como nuestro sustituto, tratándolo como si Él hubiera vivido nuestras vidas y a nosotros como si hubiéramos vivido la suya al imputarnos su perfecta justicia en nosotros.



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Porque la tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es labrada, recibe bendición de Dios. Hebreos 6:7